Una mirada y una sonrisa (RE10P)

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Este fue mi último relato del 2018 y con el que terminé de convencerme para hacer mi reto Relatos en 10 pasos. Si queréis la lista completa podéis verla aquí, iré actualizando la entrada a medida que vaya subiendo más relatos.

Los 10 pasos de hoy:

Para los nostálgicos, os dejo los pdf de las páginas escritas a mano:

Para los que leéis desde dispositivos móviles o, simplemente, preferís la facilidad de la pantalla para la lectura, os dejo el relato transcrito (y con un repaso mínimo para adecentar) aquí:

Una mirada y una sonrisa

Hace dos días fui al museo de arte contemporáneo para ver una exposición de Vasarely que prometía ser muy interesante. Mientras paseaba por los pasillos del museo, admirando las obras, me di cuenta de que me seguía un hombre mayor, de mediana estatura y unas canas muy brillantes. Cada vez que me detenía en una pieza, él se paraba en la anterior.

Al ver que esta actitud extraña no cesaba, decidí encararme con el hombre y preguntarle a qué se debía su indiscreta persecución. El hombre me miró avergonzado y me confesó que yo era la viva imagen de su nieta, que hacía mucho que no la veía y que quería asegurarse de que era yo antes de saludarme. Tras aclarar que no se trataba de la persona que buscaba, se disculpó y me invitó a un club de lectura que tendría lugar en una sala aledaña al museo, sobre los libros de Paco roca. Como se trataba de un autor que me gusta, acepté, y tras una larga conversación con el señor Miguel, nombre de aquel extraño pero entrañable personaje, comenzó lo que se convirtió en una bonita amistad.

Cuando acabó el club de lectura, que resultó ser muy interesante y donde pude comprar un ejemplar de arrugas firmado por el autor, algunos de los asistentes propusieron ir a tomar algo. Sin embargo, el plan no salió como esperaba y acabamos tres pelagatos en el bar de la esquina, el señor Miguel, doña Angustias y yo. Parecía que había sacado a dar una vuelta a mis abuelos.

Para romper el hielo con doña Angustias, el señor Agustín le contó la anécdota que había hecho que empezáramos hablar. La risa de doña Angustias no tenía nada que ver con su nombre, era ligera y juvenil, y el señor Agustín quedó inmediatamente prendado de ella. No pasó mucho tiempo antes de que la conversación se volviese más personal. Doña angustias nos contó que había enviudado hacía dos años y que la lectura había sido su salvavidas. Los clubes de lectura la habían alejado de la soledad y habían abierto un nuevo mundo ante ella. Después de contarnos algunos detalles de su dura vida, no pudimos más que admirar su fortaleza y el señor Agustín cada vez prestaba más atención a cada pequeño gesto de doña Angustias.

Por su parte, doña Angustias también quería saber más sobre Agustín, a quien no tardo en empezar a tutear. Para las delicias de doña Angustias, el señor Agustín tenía una historia que contar muy rica en matices. El solía ser un buen policía, lo fue por vocación y desde muy joven, hasta que un robo que acabo en una situación con rehenes en una iglesia del centro de su ciudad acabó con su carrera, pues recibió un disparo en la cabeza que le provocó una minusvalía y no pudo ejercer más su amada profesión.

Doña Angustias saltó de su silla sorprendida y le contó Agustín que ella recordaba muy bien aquel día, pues su hermana fue una de las rehenes de aquel incidente. Su valiente intervención salvó la vida de cuatro personas, incluida su hermana. Angustias se alegró profundamente de poder agradecer al agente que había dado su carrera y casi da su vida por salvar la de su hermana. Recuerda que su hermana estaba desorientada y no conseguía recordar quién había sido aquel agente, pero la fortuna los había acercado. Yo estaba sorprendida por poder presenciar aquella maravillosa casualidad y pensé que sería una bonita historia para contar.

El señor Agustín nos invitó a una segunda copa y nosotras aceptamos encantados. Doña Angustias nos contó que tenía un nieto que era biólogo y que tenía un par de años más que yo, pero que estaba aún soltero y eso la traía por la calle de la amargura. «Quiero un bisnieto», decía mientras me hablaba de las bondades de su nieto. Yo preferí desviar la conversación y pregunté al señor Agustín por su familia, a lo que él respondió que seguía soltero, pues el amor de su vida se casó con su mejor amigo y él nunca encontró a nadie que sonriera como aquella mujer. También tuvo un hijo y una nieta, pero apenas formaba parte de sus vidas, pues su madre había preferido irse a otra ciudad al ver que nunca podría ser para él la mujer que ella quería ser.

La conversación siguió su curso y el señor Agustín, que no quería que la velada acabara, hizo un gesto al camarero y tocándose la barriga, pidió un par de raciones para picar. El bar era agradable y con música suave, la noche resultó ser una noche mágica y, cuando ya habíamos acabado de comer, el señor Agustín le dijo a doña Angustias que su risa hacía desaparecer el mundo. Ella lo miro a los ojos y de pronto todo desapareció. Yo decidí entonces que debía dejarlos solos, así que me despedí de ellos y me fui. Cuando miré hacia el bar desde la puerta, Agustín y Angustias estaban bailando una pieza lenta, cogidos de la mano, ella con una mano sobre su hombro y el sujetándola por la cintura, pero sin dejar de mirarse a los ojos y sonreír, como dos adolescentes que se encuentran en mitad de la noche cuando menos lo esperan, pero con la mirada de quien sabe que la vida le ha sonreído cuando menos lo esperaba.

Yo di media vuelta y fui a paso lento a mi casa, admirando la belleza de la vida escondida en detalles tan pequeños como una mirada y una sonrisa.

MJ. 31/12/2018

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